BORIS GÓMEZ 

Cuando se tiene dinero obviamente “no duele” el malgastarlo o despilfarrarlo, se tiene y punto. Y a veces quienes administran ese dinero -que es cosa pública, vale decir de todos- no tienen la conciencia del ahorro y la previsión, como cuando se quiere gastar el dinero propio la gente siempre la piensa dos veces. No se tiene el más mínimo apego a cuidar el dinero ajeno.

Ahora un tema recurrente, varias veces reclamado, tanto por expertos, analistas cuanto por ciudadanos preocupados, como su servidor, en temas que deberían solucionarse integralmente y no con “soluciones-parche”: las perniciosas subvenciones. Vamos al grano: el Presupuesto General del Estado (PGE) para 2013 presentado por el Ejecutivo al Parlamento contempla un acápite particular: conserva la cultura de la subvención. Concretamente a combustibles señalando a ese efecto 1.060 millones de dólares. Una millonada que bien podría ser parte del re-pago para la instalación, construcción, diseño y puesta en marcha de una planta de conversión de gas a líquidos GTL.

La cultura de la subvención es mantener precios de mentira para que la gente siga comprando bienes o servicios a precios que no son los reales. Así, en el marco de ese pensamiento absurdo, la gasolina, el diésel y el gas licuado de petróleo de uso doméstico seguirán costando precios que ni se aproximan a los del mercado internacional.

Alguien argumentará que soy un insensible y que cómo es posible que me oponga a las subvenciones. Me opongo rotundamente porque no le hacen bien a la sociedad y porque nos mantienen con cero crecimiento de iniciativa en nuevos negocios de, por ejemplo, convertir el gas natural en diésel premium.

Nos idiotiza en nuestra creatividad. Porque se echa mano de lo fácil. Alguien dirá que el proceso GTL de convertir gas natural en diésel es un proceso no-comercial y muy costoso. A los que dicen aquello ya ni les respondo. Les pido que vean en google lo que es Qatar, en la península arábiga, y su industria galopante del GTL. Y finalmente ni les hago caso. Están pateando aire mientras el mundo está girando.

Ese presupuesto estatal contempla un crecimiento boliviano de 5,3%, vale decir superior a la media de América Latina que podría llegar al 4%. Mis amigos economistas se rieron a carcajadas cuando les pedí que me confirmen esos datos y me dijeron que la bonanza de los precios del gas a nivel internacional, la economía negra del narcotráfico, contrabando e informalidad son los que dan cierto “colchón” de tranquilidad financiera a Bolivia, pero sigue sin existir una matriz de industrias productivas y lo que es peor, sigue sin dar el salto cualitativo la industria del gas natural en valor agregado.

La subvención a los combustibles es cosa de locos. Cada vez se necesita más dinero -generado por venta de gas natural- para tapar el hueco que significa que sigamos consumiendo combustibles a un costo tan bajo. ¡El país del gas no puede satisfacer su demanda de diésel! La solución es GTL. ¡Les guste o no en algún momento de la historia entraremos a ese ciclo de plantas GTL, pero habremos perdido tiempo y miles de millones de dólares necesarios!

Para ¿buena? suerte de Bolivia la cultura de la subvención permanecerá porque el Gobierno seguirá teniendo dinero-a-mano-llena porque el precio del gas -de la energía genéricamente hablando- seguirá en subida.

Por supuesto que es cómodo mantener las cosas como están, con subvenciones nada productivas y totalmente contraproducentes. ¿Se imaginan que no tuviéramos el ingreso del gas natural? Allí surge la pregunta: ¿cómo subvencionarían el diésel? ¡No se podría!

Pero, bueno, tras haber destilado bilis unos minutos volvamos a la cantaleta: es importante reconstruir la política energética boliviana fijando un nuevo rumbo: industrialización del gas para generación de valor agregado, diésel entre esos productos.

Boris Gómez Úzqueda es catedrático en MBA-Hidrocarburos.

Tomado de paginasiete.bo

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