CARLOS HERRERA
El chorro de dinero que el gobierno de Evo Morales hizo caer sobre la economía en el 2013 ha inducido a los bolivianos a pensar que nuestra economía ha mejorado sustancialmente. Algunos indicadores de instituciones internacionales avalan también la afirmación gubernamental de que Bolivia ha fortalecido su economía y por eso la pobreza se ha reducido.
¿Es cierto esto? ¿Se trata de una mejora real de la producción, traducido esto en un aumento objetivo de lo que producimos? ¿O por el contrario esta salud económica es puramente circunstancial y se debe más bien a una hábil manipulación de la política monetaria, que a un crecimiento del tejido productivo?
Lo que define la política económica del gobierno de Evo Morales es la hostilidad a la actividad privada y la intervención directa del Estado en la economía a través de controles de precios, cupos de exportación, direccionamiento del crédito, emisión inorgánica, subsidios políticos, tributación selectiva y desigual, monopolios estatales, así como leyes que debilitan la libertad económica y fortalecen el rol estatal. Para ver entonces si esa política sustentada en el intervencionismo económico tiene futuro y es benéfica, será bueno repasar la experiencia argentina y venezolana, pues ellos adoptaron las mismas medidas que Evo aplica ahora en nuestro país.
¿Qué es lo que hace el populismo concretamente? La primera observación tiene que ver con la emisión inorgánica, dinero que el Banco Central introduce en la economía pero que no corresponde a una auténtica generación de bienes y servicios. Dicho de un modo simple, es saludable que la cantidad de dinero que circula en una economía proceda de lo que el país produce y vende en sus mercados y el mundo. Es saludable porque si se rompe este equilibrio se alimenta la temida inflación, que termina fracturando el orden y la estabilidad económica de los países. Ahí está la Argentina, que debido a un reclamo salarial policial (por el descalabro que supone una inflación de dos dígitos) perdió el control temporal sobre la sociedad y eso se tradujo en asaltos y saqueos al comercio formal.
En el caso boliviano la cifra del dinero circulante se ha incrementado casi seis veces desde el 2005 hasta nuestros días. Y si bien los precios de los productos que Bolivia oferta se han incrementado casi tres veces en el mercado mundial, algo no encaja en la relación y eso se debe al aumento inorgánico de dinero en la economía.
Otro aspecto negativo de la política económica populista en su afición demagógica por los subsidios y el control de precios. De nuevo el ejemplo argentino es útil. Esta semana 100.000 personas en Buenos Aires se han quedado sin luz por causa de los precios subsidiados y el intervencionismo económico en las empresas del sector, que ha desanimado la inversión hasta el extremo dramático que estamos viendo. Los subsidios tienen mucho aval de la gente porque se apoya en la ilusión de que otros pagan la cuenta (el Estado en este caso). Lo que no advierten es que al final de cuentas una empresa subsidiada ofrece un servicio que no vale siquiera lo que cobra, ya que la ausencia de inversión supone un deterioro imposible de parar debido a que la empresa no puede reponer sus activos simplemente porque no tiene la plata. En el caso argentino el servicio de trenes (que hasta mata gente) es ilustrativo. Y en el caso nuestro ENTEL, porque no estamos lejos de la debacle del servicio por la ausencia de inversión en tecnología, no obstante que en Bolivia pagamos el Internet más caro del continente.
La política de los subsidios en por tanto engañosa, también porque al final el que paga esos subsidios es el contribuyente (no el Estado) y siempre a costa de una reducción de la asignación presupuestaria en la salud o en la educación, que son asuntos de fondo en la vida de una sociedad.
Otra herramienta nefasta del populismo económico es la de los monopolios estatales. El populismo actual ha encontrado en las elecciones el respaldo a sus políticas que no ha podido encontrar en la racionalidad económica. Por eso es que constituye con tanta facilidad monopolios estatales, para asegurarse una buena porción del respaldo popular. Con ello se crea una clientela política que siempre esta dispuesta a votar por ellos. Aunque esto sin embargo tiene consecuencias nefastas para la gente común (los consumidores) porque impide la competencia con otras empresas y con ello evita que alguien ofrezca el mismo bien a un precio menor y con una mayor calidad. También supone una mala asignación de recursos por parte de Estado, ya que lo más probable es que estas empresas terminen siendo subsidiadas debido al manejo incompetente de las mismas.
Mantener el tipo de cambio bajo y subvaluado es otra medida populista de dudoso beneficio, pero que les asegura que las carencias que sus medidas provocan (caídas en la producción de alimentos o bienes primarios) puedan ser sustituidos por importaciones baratas, tapando en lo inmediato el fenómeno del bajón productivo que sus políticas provocan. Esto a su vez inicia el típico ciclo de disminución de reservas de divisas que los caracteriza, porque el casi ningún incentivo al trabajo privado hace que las importaciones se vuelvan indispensables para el funcionamiento de la economía, no obstante que debieran inclinarse más a la importación de bienes de capital o tecnología de punta.
Finalmente y para asegurarse el control de la economía, el populismo alienta una legislación que pone en situación precaria la inversión nacional y la propiedad privada, con una estrategia basada en la idea de la “redistribución de la riqueza”, que consiste en poner primero en entredicho la propiedad privada y la riqueza, para luego arrebatársela a sus legítimos dueños por razones exclusivamente políticas, como ha sucedido con las concesiones mineras que el Estado Nacional entregó hace años a los empresarios mineros nacionales, y que ahora están en manos de quienes no tienen (los cooperativistas) ni la tecnología ni los recursos para realizar una explotación que preserve el medio ambiente. Tampoco la voluntad para pagar impuestos como el resto de los bolivianos.
Los liberales afirmamos que la verdadera riqueza proviene del trabajo empresarial. Es decir, de la producción diversificada de bienes y servicios. Entonces, un país es rico si genera una diversidad de bienes y servicios para venderle al mundo. Por el contrario, no lo es si su oferta productiva es reducida y depende mucho de circunstancias que no controla (como los precios internacionales de sus productos). El juego mentiroso del incremento del gasto público y del aumento de la cantidad de dinero en circulación nunca llega a consolidar una economía saludable por la sencilla razón de que el intervencionismo económico (que es lo típico en las economías manejadas por el populismo) supone siempre una distorsión de los precios que impide a los emprendedores reconocer las actividades saludables, de suerte que los emprendimientos privados (que son los que aportan la innovación y el volumen que aseguran los buenos ingresos) no aumentan ni se diversifican. A lo que conduce los “cupos de exportación”, por ejemplo, es a la escasez, no al aumento de la producción. De ahí el aumento en la importación de harina y azúcar, cuando nosotros tenemos la tierra y el agua para producir y venderle al mundo esos productos, gran ironía.
Otro ejemplo ilustrativo del efecto distorsionador y contraproducente de las políticas intervencionistas son las burbujas inmobiliarias, que se deben siempre a la excesiva cantidad de dinero en circulación, a raíz de lo cual las tasas de interés que los bancos pagan a los ahorristas estén generalmente por debajo del índice de inflación, lo que a su vez los induce no a ahorrar en los bancos, sino a comprar a precio inflacionado bienes que preserven el valor de sus ahorros (o por lo menos así lo creen ellos) en este caso casas y terrenos.
Entonces, cifrar el desarrollo de un país en el intervencionismo económico y no en la libertad económica, manipulando la cantidad de dinero y concediendo privilegios a unos sectores en detrimento de otros, no es mas que un autoengaño que un día puede convertirse en el infierno que los argentinos y los venezolanos están sufriendo ahora, debido precisamente a que pensaron que la cascada de dinero artificial que derramaron sobre la sociedad, sin que aquella tuviera relación con un aumento de la producción, era una avivada inteligente.
En Bolivia lamentablemente vamos por el mismo camino, nada se ha hecho para aumentar la oferta productiva (mas bien las políticas gubernamentales han sido hostiles al trabajo privado) de suerte que no han habido inversiones significativas en el área energética, ni en la manufacturera, ni en la agrícola, ni en la minera. Toda la estabilidad de nuestra economía se apoya en los buenos precios del gas, los alimentos, las drogas ilegales y la minería, aunque estos últimos están cayendo. El gas y los alimentos pueden sufrir sin embargo a mediano plazo un bajón, pues dependen de condiciones externas que no controlamos. De ahí la importancia de tener una oferta diversificada. Y por eso también el peligro de que aquellos bolivianos que salieron de la pobreza extrema en estos últimos años, gracias al dinero artificial y a los buenos y circunstanciales precios de nuestras materia primas (una noticia a la que tanto el gobierno como sus medios le dieron una cobertura extrema) puedan volver a caer en ella si el gobierno no entiende cuales son los retos que debe afrontar para desarrollar al país de una forma sostenible e inteligente.
Abogado