Políticas públicas

tuto quiroga inscribio este miercoles su alianza libre en el tse 1282181RODOLFO J. CRUZ

En Bolivia solemos medir a los políticos por lo que prometen en campaña y por lo que hacen cuando cambia el viento. Con Jorge “Tuto” Quiroga, la brújula ideológica parece moverse según convenga. Su campaña de 2005 es el mejor caso: abrazó (con matices) el lenguaje de la nacionalización, igualando el marco discursivo de Evo Morales y ayudando a normalizarlo ante electores indecisos.

2005: cuando PODEMOS “nacionalizaba” (al menos el discurso)

En plena contienda de 2005, a la pregunta “¿Debe nacionalizarse la industria del sector petrolero?”, PODEMOS —la sigla de Tuto— no respondió “no” ni defendió abiertamente la capitalización. Contestó: “Nacionalizaremos los beneficios del gas.” La formulación es literal y quedó registrada en un balance académico de la elección, que recoge respuestas oficiales de las campañas compiladas por la Fundación Boliviana para la Democracia Multipartidaria.

RODOLFO J. CRUZ

En tiempos de crisis económica profunda, como la que atraviesa Bolivia hoy, muchos ciudadanos buscan una salida en nombres nuevos, propuestas firmes o promesas de cambio. Pero entre la confusión ideológica y la saturación de discursos vacíos, emerge una figura que desconcierta a muchos: un empresario que se autodefine como “social-demócrata” y que, sin embargo, parece tener más aptitud para encarar la crisis que todos los políticos de carrera —incluidos aquellos que ahora se disfrazan de “liberales” o “de derecha” para acomodarse a la nueva moda discursiva e intentar separarse del MAS.

Desde una perspectiva liberal o capitalista, esto no es una contradicción, sino una confirmación de una verdad incómoda: la etiqueta importa menos que la práctica. Y en la práctica, un empresario —por más que adopte el lenguaje progresista— suele estar más cerca de los principios de la libertad que un político profesional que habla de libre mercado pero ha vivido toda su vida del gasto público.

En las actuales elecciones en Bolivia, la llamada “derecha” ha sido cooptada por burócratas reciclados, tecnócratas sin calle y operadores del viejo orden que descubrieron en la retórica de la reducción del Estado una oportunidad para volver al poder. Hablan de libertad económica, pero no han producido nada; prometen eficiencia, pero nunca han pagado una planilla ni enfrentado la arbitrariedad del Estado que dicen querer achicar. Son, en el mejor de los casos, teóricos de la libertad; en el peor, oportunistas que decoran su autoritarismo con un barniz liberal.

opWILLIAM L. ANDERSON

Después de escribir sobre la sorpresiva victoria electoral del socialista Zohran Mamdani en las primarias demócratas para la alcaldía de Nueva York, un lector me envió un correo enojado, diciéndome que Mamdani era un “socialista democrático”, y que el senador Bernie Sanders y la representante Alexandria Ocasio-Cortez eran “socialdemócratas”. Al parecer, el remitente quería que creyera que lo único que ellos querían era convertir a Nueva York y a Estados Unidos en Dinamarca.

Después de todo, ¿acaso Dinamarca no es uno de los países más felices del mundo? ¿No tiene un salario mínimo de 22 dólares? (En realidad, no tiene un salario mínimo federal). ¿No ofrece maravillosas prestaciones sociales junto con una gran libertad personal? Entonces, si tan solo pudiéramos elegir a políticos que quisieran convertir a EE. UU. en Dinamarca, deberíamos hacerlo.

Sin embargo, hay algunos problemas. Para empezar, Dinamarca está lejos de ser un país socialista y, ciertamente, no tiene una economía planificada socialista. Este es un punto importante, ya que AOC, Sanders y Mamdani han pedido una planificación gubernamental sustancial y propiedad estatal, y Mamdani ha ido aún más lejos. La revista socialista en línea Jacobin elogió recientemente a Mamdani precisamente porque promueve una economía plenamente socialista:

1EF7A13C 468B 4357 B567 484DACB88849EDITORIAL OEI
 

En la conversación política de nuestros días, es habitual que todo se reduzca a un enfrentamiento binario: “izquierda” contra “derecha”. Esta forma de catalogar ideas y partidos se ha convertido en un hábito tan arraigado que pocas veces nos preguntamos si todavía sirve para entender la realidad. Algunos sostienen que fue la izquierda quien popularizó la etiqueta “derecha” como un recurso polémico para identificar a sus adversarios con la defensa de privilegios, pero la verdad es más matizada.
La división nació hace más de dos siglos, en la Asamblea Nacional Constituyente de Francia de 1789. Allí, quienes se sentaban a la derecha del presidente apoyaban la monarquía y el orden tradicional; quienes se sentaban a la izquierda reclamaban cambios profundos. Con el tiempo, esta simple ubicación física derivó en un lenguaje que pretendía describir las posiciones políticas de manera rápida y clara.


Durante el siglo XIX y buena parte del XX, la distinción reflejaba el surgimiento de los movimientos obreros y socialistas de un lado, y de los conservadores y liberales clásicos del otro. Sin embargo, incluso entonces, muchos partidos no se reconocían a sí mismos con esa etiqueta. Los liberales preferían llamarse “progresistas” o “modernos”; los conservadores, “moderados” o “constitucionalistas”. La fórmula “izquierda-derecha” fue, en gran medida, una clasificación externa que la prensa, los activistas y la costumbre popular terminaron consolidando. Es decir, fue una clasificación externa que terminó normalizándose, no una autoidentificación voluntaria y unánime.