Economía

mundoALFREDO BULLARD

Dos semanas atrás, escribía sobre el pesimismo del ser humano (“¿Todo tiempo pasado fue mejor?”, 8 de abril del 2017). Sostenía que la evidencia empírica demostraba que, contra lo que se suele decir, la humanidad se ha movido en los últimos dos siglos hacia el desarrollo y a un incremento espectacular del bienestar general. Nunca en la historia hemos estado mejor.

ganaciasBRITTANY HUNTER

Las mujeres en el mundo laboral nos vemos constantemente bombardeadas con retórica que pretende hacer que nos sentamos menos apreciadas que nuestros colegas masculinos.

GARY RODRÍGUEZ 

Se acerca la celebración del Primero de Mayo y -como ha venido ocurriendo en Bolivia durante más de una década- los trabajadores presionan al Gobierno por un desmesurado incremento salarial mientras que los empleadores, los que arriesgan y se sacrifican invirtiendo para hacer empresa en el país, son ignorados olímpicamente de la discusión del tema pese al Convenio de la OIT que recomienda un diálogo tripartito trabajadores-gobierno-empresarios, siendo que estos últimos son los que cargan con las consecuencias.

La preocupación es la de siempre: todo incremento salarial sin una mejora de la productividad de la mano de obra o de la competitividad sistémica derivada de políticas públicas implicará mayores costos de producción, una carga adicional que si bien el empresariado formal pudo sobrellevar durante el auge, no podrá ahora a la luz de lo visto el 2015 y 2016 con la desaceleración económica y precios bajos, sin garantía de mercados, sea el interno -que se pierde por la crecida de las importaciones alentadas por un dólar artificialmente barato- o el mercado externo, que se desaprovecha por los cupos a las exportaciones.

ALFREDO BULLARD 

Es una de las ideas más falsas pero a su vez más influyentes la de “la pobreza de los pobres se debe a la riqueza de los ricos”. Michel de Montaigne, un filósofo y ensayista del siglo XVI, enunció un principio según el cual “no se saca provecho para uno, sin perjuicio para otro”.

En principio, la idea parece lógica. ¿Quién no ha repetido alguna vez que la causa de la pobreza es el exceso de riqueza de unos pocos? ¿O ha afirmado que los ricos tienen un deber de corregir esa asignación de los recursos siendo más generosos?

Pero el llamado “dogma Montaigne” parte de una premisa absolutamente equivocada. Como acertadamente ha señalado Enrique Ghersi, la pobreza no tiene causa. Es el estado natural del hombre. No me malinterprete. Ello no significa que la pobreza sea deseable. Todo lo contrario. Pero en los inicios de la humanidad, en las cavernas, todos éramos absolutamente pobres. Y no es cierta la frase que todo niño trae un pan bajo el brazo. Es lo contrario. El niño viene con hambre y si sus padres no se encargan de saciarla, el niño morirá.

Lo que sí tiene causa (y la conocemos) es la riqueza. Ella proviene de la acumulación y uso del capital. Viene de las condiciones que generan la inversión productiva y la innovación (la protección de la propiedad, el reconocimiento del carácter obligatorio de los contratos, entre otras).

Así, la pobreza desaparece cuando aparece la riqueza, exactamente la idea contraria a la que propone Montaigne.

La falsedad del dogma causa muchísimo daño. Ha generado políticas tributarias que destruyen los incentivos para generar riqueza (y por tanto eliminar pobreza). Causa problemas regulatorios que perjudican a los consumidores en lugar de beneficiarlos. Justifica el populismo y, posiblemente, la mayoría de leyes que da el Congreso. Es el origen de todos los “perros del hortelano” económicos. Es una idea tan equivocada como destructiva.