
Mauricio Ríos
Estas son algunas consideraciones preliminares sobre la macroeconomía boliviana ante el alejamiento de Arce Catacora. Como decía Milton Friedman, uno de los más grandes errores es juzgar a las políticas y programas por sus intenciones, en vez de sus resultados.
FERGHANE AZIHARI
En 1800, había que trabajar, de media, una hora para obtener diez minutos de luz artificial.
MIGUEL DE ZUBIRÍA
Quedó aterrado mi amigo cuando le comenté que el título del primer capítulo de mi libro era: El capitalismo: la mejor sociedad para anhelar, estudiar, trabajar, emprender, ¡vivir y ser feliz!. Como buen amigo mío, su reacción fue espontánea.
“¡Parece una cosa de locos! ¿Cómo puede alguien -supuestamente cuerdo, cosa que dudo- afirmar que el capitalismo es la mejor sociedad para anhelar, estudiar, trabajar, emprender, vivir y ser feliz? Me parece completamente increíble y deschavetado. Acaso en el ‘genial’ capitalismo ¿no hay pobres?, ¿no hay ricos?, ¿multimillonarios?, ¿niños trabajadores?, ¿personas sin acceso a salud, a vivienda, a servicios públicos? ¿No son todas estas colosales injusticias?”.
Con la rara paciencia que me dan los años recientes, me limité a responderle: “Mi estimado Carlos, ¿pobres?, sí los hay. ¿Ricos?, sí los hay. ¿Multimillonarios?, sí los hay. ¿Niños trabajadores?, sí los hay. ¿Personas sin acceso a salud, a vivienda ni a servicios públicos?, sí los hay. Pienso que no son injusticias sino equidades. Y le di a Carlos el borrador de este libro: El genial capitalismo. En buena medida es mi respuesta a sus preguntas, las cuales durante 27 años fueron las mías propias. O no propias, sino las que me enseñaron, pues me enseñaron a odiar el capitalismo. El primero en hacerlo fue mi querido abuelo Papá Memo, con quien leí el aburridísimo Capital. ¿También tú lo odias? Comencemos.
Por mucho, el capitalismo es el mejor sistema social de la historia, ¡económicamente también!
El primero que satisface las necesidades humanas de todos sus habitantes. Antes de él, millones y millones de personas sufrían a diario miedo, hambre, frío nocturno, sed, desnudez… Lo prueba esta sencilla y contundente gráfica:
Recién en 1820, cuando nacía el capitalismo, el 95% de los habitantes urbanos eran pobres o paupérrimos. ¡Qué horror! Hoy sobrevive con menos de dos dólares diarios solo el 5% de la población urbana, una de cada veinte personas. En Bogotá el porcentaje es menos; sus habitantes con necesidades básicas insatisfechas bajaron del 5,2% al 4,2% en 2015; menos de uno de cada veinte con una o más necesidades básicas insatisfechas. En dos siglos, la transformación capitalista fue increíblemente benéfica para todos, ocurrió una silenciosa re-evolución de marca mayor, jamás antes vista ni en la prehistoria ni tampoco en la historia humana.
DANIEL LACALLE
Es curioso como se pervierte a veces el lenguaje. Uno de los ejemplos más evidentes es el uso de la palabra especulador. En los medios de comunicación se pueden leer con frecuencia titulares del estilo "¡Freno a los especuladores!" o "La bolsa cae por un ataque especulativo". Irónicamente, la palabra especulador aparece siempre para justificar caídas de las bolsas que no queremos aceptar pero, sorprendentemente, también las subidas de las materias primas. ¿Por qué? Porque es una excusa fácil ante un movimiento que no nos gusta, sea el que sea. Es ridículo pensar que los especuladores aparecen de la nada para bajar las bolsas y enfadar a la señora María o al señor Juan, perjudicados en su inversión, o que surgen para hundirles el bolsillo subiendo el precio del petróleo, el carbón o el café. ¡Vamos!, que los especuladores se esconden en las esquinas para liderar el movimiento de activos financieros que no queremos que sean los que son, dependiendo del momento y el Gobierno que toque.
Que son íncubos demoníacos que nos quieren echar de nuestro paraíso de largo plazo. Que su intención es, sin duda, generar el mal absoluto. Pero lo cierto es que cuando dichos activos se mueven al alza -bolsa- o a la baja -materias primas- nadie se acuerda de los especuladores. Con las bolsas subiendo y la prima de riesgo bajando se les llama inversores inteligentes, que reconocen la solidez de las medidas del Gobierno y la buena marcha del país y sus empresas. A la baja, son piratas que se reúnen en un lugar escondido en Nueva York y "deciden atacar al país"... a menos que el que analice esas subidas bursátiles y mejoras del bono soberano pertenezca a la oposición. Entonces los especuladores también son culpables. ¡Qué bien, qué socorrido!
Así la culpa nunca es nuestra, imposible de identificar, así no se puede defender, y todopoderoso, con lo cual le podemos adjudicar cualidades mágicas. Sin embargo, nada de esto es cierto. O todo es mentira. Los especuladores son esenciales. Un especulador es todo aquel que busca ineficiencias en el corto y medio plazo tratando de obtener una rentabilidad económica de esa oportunidad. Sí, los especuladores son los que compran cuando la bolsa cae de manera agresiva y los que proporcionan liquidez. Cuando analizamos los mercados financieros tendemos a dar por garantizada esa palabra esencial: la liquidez. Pero sin los especuladores que se mueven en distintos periodos de maduración para generar su negocio, las bolsas y los mercados de deuda y financiación serian muchísimo más volátiles y habría muchos periodos largos sin volumen comprador. Cuando compramos o vendemos un activo nunca dudamos que vamos a poder hacerlo rápida y eficientemente. Esa liquidez, que damos por hecha, no es una garantía. Existe porque hay compradores y vendedores en cada momento, en cada segundo, haciendo y deshaciendo operaciones.
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