Economía

VÍCTOR PAVÓN 

Hay dos maneras básicas de gastar dinero. La diferencia está en cómo se gasta el dinero propio y el ajeno. Este último caso es el que ahora nos interesa. Se viene el estudio y aprobación del Presupuesto General para el año que viene. Pero como están cerca las elecciones internas de los partidos políticos y luego las nacionales, los congresistas no pierden el tiempo en mostrarse fieles a sus electorados.

¿Para qué esperar tanto? La Cámara de Diputados, días atrás, se adelantó a lo que se viene, aprobando varias ampliaciones presupuestarias en concepto de salarios, bonificaciones y gratificaciones.

El incremento que ya cuenta con media sanción ascendió a más de 4 millones de dólares. El diputado Dionisio Amarilla lo sintetizó claramente: “esto es apenas moneda y vuelto de los perros”, según dijo.

Por supuesto, hay una notable diferencia entre gastar el dinero de uno mismo y hacerlo con el dinero de otros, como lo ocurrido en Diputados. Por lo general, si se gasta el dinero de uno mismo se tiende a economizar y hasta ahorrar, es lo que ocurre cuando uno va de compras, se busca el máximo valor.

Muy diferente sucede, sin embargo, cuando el dinero que se gasta es de otro, pues si el que lo gasta sabe que dicho dinero no le pertenece sino que es de otros a los que ni siquiera conoce o trata habitualmente y si, además, tiene la disponibilidad absoluta de destinar ese dinero hacia tal o cual sector levantando la mano en una sesión como lo es un cuerpo colegiado, entonces ese gasto tenderá a no ser económico ni ahorrativo.

La diferencia es sustancial. Si se gasta el dinero propio se busca el máximo rendimiento y su uso tiende a optimizarse. Pero si se gasta el dinero de otro la tendencia será lo contrario y tendrá todavía menos rendimiento y eficiencia si nadie controla ese gasto pidiendo periódicamente rendición de cuentas. Pues bien, este último caso es lo que caracteriza a los gobiernos, con políticos disociados de sus electores, y en los que tampoco éstos últimos hacen su parte.

CARLOS MIRANDA

Nuestra petrolera estatal ha ingresado a una época difícil y está arrastrando consigo gran parte de nuestra economía. Las estadísticas muestran que el 2016 se ha producido menos hidrocarburos (gas y condensado) que el 2015 y que este año se producirá menos que el 2016. Para cumplir con todos los compromisos de abastecimiento de gas natural que tenemos deberíamos producir 60 MMm3/d, volumen que ahora no podemos producir. En otras palabras, YPFB está tratando de cumplir con dificultad sus contratos con la producción de campos en declinación, que cada día producen menos, en un clima de precios bajos de petróleo y disminución de otras exportaciones del país.

JOSÉ GABRIEL ESPINIOZA 

Para empezar hay que clarificar los términos: la desaceleración es una situación en la que el ritmo con lo que algo crece o avanza disminuye. En economía, desaceleración se entiende como la reducción temporal del ritmo de crecimiento del PIB. Por otro lado, la recesión es la reducción del valor del PIB, es decir, para que exista una recesión (palabras mayores) se debe registrar una tasa de crecimiento negativa. Técnicamente, un país entra en recesión cuando registra tasas de crecimiento negativas durante al menos tres trimestres consecutivos.

FERNANDO MOLINA 

Como cada año desde hace muchos, la Fundación Milenio presentó su informe sobre la economía nacional, que es el más completo y serio de fuente no gubernamental con que contamos.

El informe no solo muestra el panorama de los procesos económicos, sino que esta vez sugiere algunas políticas o, mejor dicho, el cambio en ciertas concepciones económicas.

Desaceleración

El informe comienza, como es lógico, mostrando la desaceleración del crecimiento del PIB, que en 2016 cayó a 4,3% y en el primer trimestre de este año a 3,3%. Este decrecimiento, que se atribuye a la caída de las exportaciones bolivianas, se traduce en una menor expansión de todos los tipos de gasto, como se puede ver en el cuadro anexo a esta nota.

En 2016 el gobierno gastó e invirtió más que el año anterior, pero a un ritmo de crecimiento menor.

Los hogares consumieron más que el año anterior, pero a un ritmo inferior. Este decaimiento reduce la creación de empleos y oportunidades económicas, y se traduce en una tasa de inflación baja, de 4%, que al parecer seguirá su tendencia descendente este año.

También se traduce en la generación de menos ahorros: los depósitos solían crecer a un ritmo de 18% anual; en 2016 lo hicieron en 3,2%.

En suma, no hemos dejado de crecer, pero el crecimiento se ha ralentizado significativamente.