
RAFAEL GUMUCIO
La mitad de los horrores del mundo los causa la codicia. La otra mitad lo hace la bondad. O más bien los destrozos que empieza la codicia, los termina de agravar la bondad. Lo mismo funciona al revés, como se puede ver con las drogas alucinógenas, nacidas de la inocencia máxima de querer abrir las puertas de la percepción para convertirse en un vil negocio que se ha llevado las mejores cabezas de varias generaciones. En cualquier rincón de África o de Haití fue la codicia la que le abrió el camino a las ONG, que lejos de mejorar la vida de los que viven en la miseria prolongan esta, llenándola de discursos y misiones perfectamente inservibles.
En el COVID, como en la inmigración o el abuso sexual o laboral, la bondad con su perfecta incapacidad de reconocer que los seres humanos no pueden mejorarse de su condición humana, sólo ha prolongado los males que quiere arreglar. Donde las ONG han impuesto leyes contra los discursos de odio y han llenado de palabras que no se pueden decir, sólo ha conseguido que la ultraderecha, defendiendo la libertad en que los buenos no saben creer, gane escaño y poder. Un impuesto verde a los combustibles fue el inicio de la revolución de los chalecos amarillos, cansado de limpiar con sus bolsillos la conciencia de los millonarios. La gente parece tonta, pero sabe que la igualdad sustantiva no es igualdad y que la discriminación positiva sigue siendo discriminación y que cualquiera que hable en nombre de los pobres o de los marginados está robándole lo único que les queda: la palabra.
DIEGO BARCELO LARRAN
Imaginemos una ciudad en la que todos tienen, aproximadamente, los mismos ingresos: una situación en la que la renta estaría distribuida de forma teóricamente "perfecta". Luego se radica en la ciudad una persona que no trabaja, sino que roba a sus conciudadanos, pero solo hasta el punto de alcanzar el mismo nivel de ingresos que todos los demás. Así, la actividad del ladrón no distorsiona la distribución del ingreso existente.
Volvamos a imaginar la misma ciudad, pero ahora, en lugar de un ladrón, arriba un emprendedor, que instala un taller en el que fabrica y vende ropa. El taller resulta un éxito rotundo: toda la ciudad compra la ropa, de buena calidad y precio conveniente. El éxito hace que el empresario se convierta en millonario, por lo que la ciudad pasa a tener una distribución del ingreso extremadamente desigual: hay un único millonario y todos los demás tienen un ingreso mucho más bajo, aunque similar entre sí.
JOSE AZEL
En un artículo anterior argumenté que la migración es un derecho individual; una expresión del deseo de libertad para mejorar la calidad de vida de uno. Entonces deseaba destacar la defensa libertaria de la inmigración abierta, cuidando clarificar que inmigración abierta no equivale a inmigración descontrolada. No implica garantizar derecho a elegibilidad para ciudadanía, beneficios sociales u otros servicios gubernamentales.
Definí inmigración abierta solamente como el derecho de las personas a la libertad de movimiento para entrar a un país por lugares establecidos para inspección, donde se realicen revisiones específicas para proteger la nación de enfermedades, enemigos, y delitos. Las personas tienen derecho a cruzar una frontera buscando libertad y felicidad. Pero las fronteras significan algo.
Aquí quiero enfocarme en el aspecto ético de la inmigración abierta basado en el libro de Michael Huemer Intuición Ética. Comencemos con un experimento de reflexión. Imaginemos que Juan, hambriento y pobre, se dirige al mercado local a comprar alimentos con el poco dinero que tiene. Allí, el vendedor está contento de hacer negocios que permiten a Juan satisfacer sus necesidades.
MARIO VARGAS LLOSA
Una constante en el pensamiento occidental es de creer que existe una sola respuesta verdadera para cada problema humano y que, una vez hallada esta respuesta, todas las otras deben ser rechazadas por erróneas. Creencia complementaria de la anterior y tan antigua como ella, es que los más nobles ideales que animan a los hombres – justicia, libertad, paz, placer – son compatibles unos con otros. Para Isaiah Berlin estas creencias son falsas y de ella derivan buena parte de las tragedias de la humanidad. De ese escepticismo el profesor Berlin extraía unos argumentos poderosos y originales en favor de la libertad de elección y del pluralismo ideológico.
Fiel a su método indirecto, Isaiah Berlin expone su teoría de las verdades contradictorias o de los fines irreconciliables a través de otros pensadores en los que encuentra indicios, adivinaciones, de esta tesis. Así, por ejemplo, en su ensayo sobre Maquiavelo nos dice que éste detectó, de manera involuntaria, casual, esta “incómoda verdad”: que no todos los valores son compatibles, que la noción de una única y definitiva filosofía para establecer la sociedad perfecta es material y conceptualmente imposible. Maquiavelo llegó a esta conclusión al estudiar los mecanismos de poder y comprobar que ellos eran írritos a todos los valores de la vida cristiana que, en teoría, regulaban la vida de la sociedad. Llevar una “vida cristiana”, aplicar de manera rigurosa las normas éticas prescritas por ella, significaba condenarse a la impotencia política, ponerse a merced de los inescrupulosos y los pícaros; si se quería ser políticamente eficiente y construir una comunidad “gloriosa”, como Atenas o Roma, había que renunciar a la educación cristiana y reemplazarla por otra más apropiada a ese fin. A Berlin no le parece tan importante que Maquiavelo propusiera esa disyuntiva como su intuición de que los términos de ella eran igualmente persuasivos y tentadores desde el punto de vista moral y social. Es decir, que el autor de El Príncipe advirtiera que el ser humano podía verse desgarrado entre metas que lo solicitaban por igual y que eran alérgicas una a la otra.
Page 1 of 80