socialismoJAVIER PAZ GARCIA

Aristóteles escribió que “la mayor satisfacción está en hacer el bien o prestar un servicio a los amigos, invitados o compañeros, lo cual sólo es posible cuando una persona posee propiedad privada” (La Política, 1263b5). El socialismo, al eliminar o restringir la propiedad privada, reduce a su mínima expresión la capacidad del ser humano para practicar la solidaridad. Aristóteles entendió esto hace 2,300 años. Y la evidencia de esta afirmación la podemos constatar mirando las instituciones solidarias que se han creado en países capitalistas como Estados Unidos, Suiza o Inglaterra en comparación con países socialistas como Cuba o la ex Unión Soviética. Existen millones de organizaciones no gubernamentales, empresas privadas y personas particulares que gracias a la riqueza generada en sistemas capitalistas realizan fabulosas labores de beneficencia y solidaridad. El sistema capitalista tiene además el mérito de sacar a muchos de la pobreza y crear mucha riqueza, por lo tanto las instituciones de beneficencia en los países capitalistas pueden captar muchos recursos y repartirlos entre relativamente pocos necesitados. El socialismo genera e incrementa la pobreza de una sociedad, haciendo que haya poco que repartir entre muchos comensales.

marx peace signLEISA MILLER

Queridos hermanos come tostadas de aguacate,

Necesitamos abandonar a Karl Marx como lo hicimos con la televisión por cable.

Somos una generación harta de guerras (y amenazas de guerras), tiroteos masivos y sensacionalismo mediático. Como embajadores de la economía cooperativa e inversionista de criptomonedas, estimamos mucho la innovación y el emprendimiento.

Karl Marx no es quien creemos que es. Su filosofía no se ajusta a nuestros valores en lo absoluto. Necesitamos mirar a alguien más conectado con lo que es importante para nosotros, alguien como Ayn ​​Rand.

Aquí hay 3 razones por las que deberíamos echar al viejo Karl a la acera y recoger a Ayn Rand en su lugar.

utopiaJAVIER PAZ GARCIA

Si los seres humanos fueran unos ángeles, entonces no se necesitaría de gobiernos y la utopía anarquista sería la mejor forma de organización política. Si los seres humanos fueran malvados, los Estados tendrían que funcionar como cárceles, controlando a todas las personas. No es casual que el socialismo, tanto en la concepción teórica marxista, como en la práctica de los países que lo implementaron desde la formación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas hasta la Cuba y la Venezuela de hoy se parezcan más a una cárcel que a otra cosa. Ser liberal requiere de un grado de confianza en la nobleza del hombre, aunque también reconociendo su propensión a ser injustamente parcial en beneficio propio; en cambio el socialista es necesariamente un pesimista que considera que si no hay un Estado policiaco, los seres humanos se matarán y abusarán entre ellos.

NIETZCHEJOAN FONT ROSSELLÓ

Decía el pasado domingo (La fuerza del ideal, EM, 9/06/2019) que la exculpación del comunismo de los libros de texto de Geografía e Historia, así como la «imagen negativa y sesgada de las empresas y de los empresarios» que se desprende del estudio de Sociedad Civil Balear, no responde a ninguna casualidad sino que tiene su origen en la concepción del mundo conocida como «corrección política» que viene dominando Occidente en los últimos treinta años. Jean-François Revel, en La gran mascarada (2000), había sido el primero en advertir de la operación diseñada por la «intelligentsia» de izquierdas para blanquear los espantosos crímenes del comunismo y tratar así de salvar la utopía comunista.

Una de las primeras tácticas empleadas consistía en comparar la perfección del ideal comunista con las imperfecciones de la economía de mercado, un trampantojo al que se prestan los manuales de Geografía e Historia analizados, ávidos en señalar todas las desventajas del capitalismo mientras tratan con neutralidad al comunismo como idea al margen de sus fiascos reales. No se trataba tanto de afirmar el comunismo, a fin de cuentas una ideología hecha añicos por la apisonadora de la realidad, sino de relanzar la idea de «justicia social» mientras se atacaba el capitalismo motejándole de «salvaje» y otros adjetivos descalificadores. Como el comunismo había dejado de ser una alternativa económica viable a la economía de mercado, la «intelligentsia» de izquierdas centró sus esfuerzos en demonizar el capitalismo, aliándose con todo aquel que pusiera objeciones al nuevo orden mundial inaugurado en 1990.