
ENRIQUE BLASCO
Los elevados índices de pobreza señalan demasiadas personas que no consiguen la cantidad de bienes y servicios necesarios para un nivel de vida aceptable. Y muchas otras obtienen ingresos insatisfactorios. ¿Por qué ocurre eso? Pueden postularse varias causas.
1. La sociedad y sus instituciones obstaculizan que ese 30% de personas pobres obtengan los servicios necesarios, ya sea obstruyendo sus posibilidades de trabajar productivamente o quitándoles remuneraciones y prestaciones.
2. La sociedad no genera los bienes y servicios que su potencial ofrece, por entorpecimientos o trabas variadas. Demasiadas personas son incentivadas a trabajar- en actividades improductivas o poco eficaces. También impidiendo a otros producir o conseguir los bienes y servicios esperables, desviando recursos hacia actividades poco productivas.
La sociedad traba la producción de bienes y servicios de varias formas diferentes:
1. Demasiadas actividades improductivas. Por ejemplo, empresas subsidiadas o privilegiadas con protecciones diversas, ya sean impuestos diferenciales más favorables, restricciones a los que pudieran competirles, subsidios para actividades de escasa eficacia en atender necesidades de las personas. Eso desincentiva las actividades productivas al transferir recursos a las menos productivas. También el gasto estatal innecesario, sea porque resulta excesivamente costoso (sobreprecios) o porque no satisface los servicios requeridos por las personas (un camino que no se utiliza, justicia remolona o imprevisible, cortes de luz, escuelas sin clases educativas).
2. Subsidios personales que desalientan trabajar productivamente. Por ejemplo, pagos para mantener desempleados a quienes podrían trabajar de forma productiva.
HANA FISCHER
En todas partes los políticos y burócratas suelen a despilfarrar la plata extraída a los contribuyentes. Sin embargo, en América Latina ese derroche alcanza cotas superlativas. Eso nos conduce a interrogarnos ¿por qué ocurre eso?
Hay muchas posibles respuestas. Entre las principales se suele mencionar a la cultura imperante en esta región. Asimismo, a razones históricas: ese tipo de conducta estatal se arrastra desde la época colonial y continuó luego de las respectivas independencias.
Si bien esas explicaciones son correctas, ilustran tan solo parcialmente la verdad. Si esas fueran las causas esenciales —por definición inmodificables— entonces Latinoamérica estaría condenada a chapotear eternamente en medio de la mediocridad, la corrupción y el subdesarrollo.
Pero eso no es así. La prueba es la evolución de algunos países que lograron revertir esa nefasta tendencia e incorporar una saludable cultura política. Entre los casos más notables están Nueva Zelandia, Irlanda y Estonia. Esas naciones eran estatistas, burocratizadas, con una economía decadente debido a las múltiples regulaciones mal concebidas y a los monopolios estatales. Pero líderes lúcidos convencieron a la ciudadanía de la bondad de los cambios que pretendían implementar. Los resultados en cada uno de esos países han sido tan increíbles, que suelen ser tildados de “milagro”.
De los mencionados éxitos, nuestro continente podría sacar provechosas lecciones. Debería empezar por desentrañar cuál fue la fórmula para cambiar en relativamente poco tiempo la cultura general.
A nuestro entender, las raíces tanto de las buenas como de las malas prácticas son los incentivos que operan en el ámbito público. Ellos se materializan en el derecho vigente y en las instituciones. Los incentivos perversos fomentan las diferentes variedades de corrupción (clientelismo, amiguismo, nepotismo, designar para dirigir a empresas estatales a individuos incompetentes pero correligionarios, etc.). En cambio, cuando los estímulos son los adecuados, ellos impulsan las conductas virtuosas.
MARC CLEINM
Adam Smith es uno de los personajes en la historia del pensamiento económico del que ningún economista debe olvidarse al momento de profundizar algún trabajo o propuesta de investigación.
JEFFREY TUCKER
Bueno, es algo muy relevante cuando el Papa ataca al libertarismo por su nombre.
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