
AXEL KAISER
Una de las cosas más exasperantes de nuestra cultura es que jamás, salvo a veces en estado de ebriedad, se dicen las cosas como son. En materia política, ello ha permitido que se instale un relato de la historia y del presente nacional más distorsionado que vino tinto con Pepsi. Como el Mes de la Patria debiera ser el de la fiesta y la verdad histórica, aprovechemos de decir las cosas como son, arriesgando que más de alguno se atragante con su chorizo.
Si no fuera por las reformas realizadas por los "Chicago boys" y mantenidas por los gobiernos de la Concertación, este país sería peor que el cordero frío. Como decía Álvaro Bardón, seríamos un país "basurita latinoamericano". Y es que fueron los "Chicago boys" los que pusieron freno a la corrupción, despilfarro e ineficiencia del sistema de sustitución de importaciones. Fueron ellos los que iniciaron la revolución en materia de política social, focalizando el gasto y permitiendo que llegara a quienes realmente lo necesitan. Fueron también ellos quienes pusieron coto al saqueo sistemático de empresas estatales inservibles y quebradas. Fueron ellos los que bajaron la inflación de 1.000% anualizado a menos de 10%. Ellos fueron también los que crearon el sistema de pensiones más exitoso en la historia occidental, quitándoles a los políticos la llave de los ahorros de los trabajadores chilenos para que no pudieran robárselos nuevamente.
Ellos iniciaron la revolución en la educación, antes realmente excluyente, convirtiéndola en un bien accesible a las masas. Ellos comenzaron la apertura comercial de Chile al mundo permitiéndonos a los ciudadanos adquirir bienes de todas partes y atraer capitales fundamentales para nuestro progreso social. Ellos le entregaron un país creciendo al 7% al Presidente Aylwin, sentando así las bases económicas de la democracia que tenemos hoy y sin las cuales esta no existiría. Fue, en fin, su sistema el que redujo la pobreza de un 50% a cerca de 7%. En pocas palabras, los "Chicago boys" son los padres fundadores del Chile moderno, uno en el cual todos, pero especialmente los más pobres, viven mucho mejor. Esa es la verdad, el resto es reggaetón.
GABRIEL BORAGINA
"En la concepción del mundo de Keynes, los gobiernos guiados por sus ideas serían sabios y largoplacistas, asegurando que el desempleo masivo de los años 30 nunca sucediera de nuevo. El gobierno manipularía los tipos de interés, el nivel de precios, y la cantidad y dirección de la inversión para asegurar que la sociedad tuviera elevado empleo, inversiones socialmente beneficiosas, y estabilidad económica general."[1]
En realidad, esta observación no es del todo exacta. Keynes era un declarado cortoplacista. Precisamente su teoría -y en particular su libro más famoso- tenían como norte encontrar una solución al paro (desempleo) que tenía ante sus ojos. Pero en cambio, sí es verdad que aspiraba a que los gobiernos siguieran las que él consideraba sus sabias ideas. Que el objetivo de Keynes era dar punto final al desempleo que se vivía en su época es algo que la misma cita menciona cuando hace referencia a la crisis de los años 30. Lo que aparentemente no pudo reconocer J. M. Keynes fue que, precisamente las medidas que él aconsejaba adoptar ya se estaban ejecutando en los principales países del mundo, y eran esas sus recetas las que estaban generando el desempleo masivo.
En el fondo, la propuesta keynesiana era la de perseverar en el camino que los gobiernos de su época -en particular el de los EEUU bajo la administración Roosevelt- ya venían transitando. Keynes le estaba dando soporte teórico a políticas económicas que ya se encontraban en realización entre las primordiales naciones del orbe. En lo sustancial, la teoría keynesiana no "crea" empleo genuino, sino que transfiere o transporta puestos de trabajo de un lado hacia otro. "Crea" puntos de trabajo en un sector a costa de sacrificar esas mismas colocaciones (u otras) en un sector diferente.
IAN VÁSQUEZ
Solo basta mirar los casos de Chile y Venezuela para confirmar algunas de las lecciones globales más importantes que ofrece el nuevo índice sobre la “Libertad económica en el mundo”, publicado esta semana por el Fraser Institute de Canadá.
De los 159 países de los cuales el índice evalúa su nivel de libertad económica —el tamaño de su Estado, apertura económica, peso regulatorio, etc.— Venezuela se ubica en el último lugar, mientras que Chile, en la posición 13, tiene la economía más libre de América Latina. Chile está tocando las puertas de ser un país desarrollado luego de décadas de haber aumentado su libertad económica, mientras que Venezuela es más pobre hoy que en los años setenta, cuando empezó su declive en libertad económica (el chavismo solo aceleró una caída que ya se estaba dando).
No es casualidad. La evidencia mundial muestra que a más libertad económica, mayor prosperidad y mayor crecimiento. No debe sorprender. El aumento de libertad incrementa tanto la productividad como el nivel y la calidad de las inversiones, lo cual conlleva a más riqueza. Lo impresionante es que aumentos aparentemente menores de libertad económica producen resultados dramáticamente diferentes. Si uno separa las economías del mundo en cuatro grupos por su nivel de libertad, encuentra que el ingreso per cápita de los más libres es de US$41.000, mientras que el próximo grupo goza de la mitad de ese ingreso.
FRANK HOLLEMBECK
En un ataque dirigido contra el comercio con China, Donald Trump ha afirmado que Estados Unidos ha perdido trabajos bien pagados en manufacturas frente a China porque China promociona sus exportaciones mediante subvenciones, ventajas fiscales y manipulaciones de la moneda. La realidad es que no deberíamos preocuparnos por lo que hace China. Cuanto más subvencione China sus industrias, más ganaremos en abundancia de bienes y servicios baratos y, en contra de lo que cree Trump, en creación de empleos bien pagados.
Queremos abundancia y alta productividad
En una economía de intercambio, hay un antagonismo natural de todo tipo entre productores y consumidores. Los productores se benefician de la escasez de los bienes que venden, mientras que los consumidores quieren abundancia de esos bienes u otros parecidos. (Los productores, por supuesto, también se benefician de la abundancia de bienes intermedios usados para fabricar sus productos).
Un productor quiere ser la única tienda en una manzana, vendiendo un número limitado de productos durante un periodo limitado el tiempo. Los consumidores, por el contrario, quieren abundancia, con más productores y productos disponibles a lo largo de un periodo más largo de tiempo. Este conflicto se produce naturalmente en una economía de intercambio. Robinson Crusoe cazando para sí mismo claramente preferirá la abundancia la escasez.
Por suerte, la competencia promueve la abundancia al tiempo que permite la igualdad de rentas y riqueza.
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