
CARLOS MIRANDA
El pasado 17 de abril se celebró una importante reunión sobre futuros precios del petróleo en Doha, Catar. No obstante su importancia, la información sobre esta reunión tuvo poca cobertura en los medios nacionales.
Todo comenzó a mediados del 2014, cuando, discreta e insensiblemente, se inició un proceso de caída de los precios del petróleo. A fines de año, el precio cayó de $us 100/barril a $us 53/barril. La caída continuó llegando a diciembre del 2015 a $us 36/barril, poniendo en evidencia, sin lugar a dudas, el impacto en las economías de todos los países exportadores e importadores.
Se estima que para diciembre 2015 los importadores dejaron de erogar aproximadamente $us 550 billones y los exportadores de percibir la misma cantidad.
Arabia Saudita y Rusia, por ser los mayores exportadores, son los que más dejaron de percibir por los precios de exportación.
Este hecho motivó que Arabia Saudita y Rusia, acompañada de Venezuela, diseñen un sistema para estabilizar precios y permitir la recuperación de los mismos mediante el congelamiento de precios con los volúmenes de enero de este año, estimando que para esa fecha la demanda haya crecido como para igualar la producción, evitando se repita nuevas sobreproducciones y permitan, a los precios del petróleo, ir recuperando su valor.
EDUARDO BOWLES
Un reciente estudio publicado por el Banco Mundial aborda el complejo dilema de los países latinoamericanos con la pregunta: “¿Aprenderán un día a no depender de las materias primas?”. La advertencia surge a raíz de los negros nubarrones que se han posado en el horizonte continental, con una previsión de un dos por ciento de contracción de las economías para el año 2016 con niveles de recesión del 3,5 y del 8,3 para Brasil y Venezuela respectivamente.
La respuesta es poco alentadora, pues no solo se debe aplicar con urgencia reformas y ajustes estructurales en el campo fiscal, financiero y de seguridad social, sino también hacer un gran cambio de mentalidad, al mismo tiempo que atacar decididamente la corrupción, un flagelo que impidió aprovechar en su verdadera dimensión la época de bonanza que ha llegado a su fin.
CARLOS ALBERTO MONTANER
No hay excepciones. El presidente de los Estados Unidos también está sujeto a la “Ley de las consecuencias imprevistas”. Esto se hizo patente, por ejemplo, en Libia. La OTAN realizó siete mil bombardeos y provocó la destrucción del ejército de Gadafi, quien resultó ejecutado por sus enemigos. El país, totalmente caotizado, quedó, finalmente, en poder de unas bandas fanáticas que asesinaron al embajador norteamericano.
El loco criminoso de Gadafi, objetivamente, era menos malo que lo que vino después. Algo parecido sucedió con Sadam Hussein en Irak, con Mubarak en Egipto, con el Sha de Persia, con Batista en Cuba, episodios en los que, directa o indirectamente, Estados Unidos tiene una gran responsabilidad por su actuación, por abstenerse de actuar o por hacerlo tardíamente.
Le acaba de suceder a Barack Obama en Cuba. El presidente llegó risueño a La Habana, precedido por la expresión adolescente “qué volá”, algo así como “qué tal están”. Pisó la Isla ilusionado y cargado de buenas intenciones, acompañado de exitosos (ex) desterrados cubanos, también deseosos de ayudar a la patria de donde proceden, convencidos todos de la teoría simplista del “bombardeo de jamones”.
JUAN RAMÓN RALLO
Una de las pulsiones más instintivas del ser humano es la de intercambiar cosas: “yo tengo esto, tú tienes aquello, lo intercambiamos y los dos salimos ganando”. Cuando ese intercambio se profesionaliza hablamos de comercio: una ocupación especializada en comprar a unos y en vender a otros para que ambos —comprador y vendedor— obtengan aquello que buscan. Pocas actividades pacifican y estructuran más una sociedad que el comercio: cuando las personas —de cualquier país, religión, etnia o ideología— descubren que pueden alcanzar sus fines cooperando económicamente en lugar de matándose, esclavizándose o expoliándose, la armonía social florece. El comercio no embrutece: civiliza.
Pero la muy digna actividad comercial no está libre de generar enemigos, tal como ha documentado enciclopédicamente el filósofo español Antonio Escohotado: por ejemplo, el socialismo de corte marxista siempre rechazó organizar la producción en torno al libre intercambio de mercancías. Al contrario, el comunismo aspira a erradicar y superar el libre y voluntario comercio burgués del do ut des para reemplazarlo por la (sumisa) colaboración comunal donde cada cual aporta según sus capacidades y recibe según sus necesidades.
En la actualidad, no puede decirse que haya partidos verdaderamente marxistas en nuestras instituciones políticas: ninguno de ellos —al menos de manera declarada— aspira a encabezar una revolución dirigida a abolir la propiedad privada y el comercio. Sin embargo, los clichés ideológicos heredados del marxismo sí inspiran las decisiones de muchos de nuestros mandatarios: no ya por considerar que toda propiedad de los españoles se halla potencialmente a su servicio, sino también por estigmatizar, perseguir y restringir la actividad comercial.
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