
IVÁN ALONSO
Por primera vez en nueve años, la Reserva Federal o simplemente Fed (el banco central estadounidense) decidió aumentar la tasa de interés conocida como ‘federal funds rate’. Esta es la tasa a la que los bancos comerciales se prestan unos a otros las reservas o fondos de encaje que guardan en el sistema de reserva federal. En un día cualquiera, a algunos bancos les sobran reservas y a otros les faltan. Los primeros no tienen a quién prestarle; los segundos tienen los clientes, pero no los fondos. Para eso hay un mercado interbancario en el que las reservas fluyen de un banco a otro para que el crédito llegue adonde más se lo necesita.
Cuando la tasa de fondos federales es baja, son más los bancos que tienen un exceso de reservas que los que andan escasos de ellas. La subida de la tasa significa que habrá menos fondos disponibles para transformarse en nuevos préstamos al sector privado. La Fed sube la tasa justamente con la idea de evitar que el crédito bancario crezca demasiado rápido porque eso podría resultar en un aumento de la inflación.
Curiosamente, la Fed no tiene el poder de fijar la que es la tasa fundamental de su política monetaria. Hablamos todo el tiempo como si la Fed subiera o bajara la tasa de fondos federales. Pero lo cierto es que solamente puede fijar un “objetivo”, que a partir de esta semana es un rango de 0,25% a 0,50% por año. La tasa misma la fija el mercado interbancario: la oferta y la demanda de reservas de los bancos que componen el sistema.
GLENN HEGAR
En noviembre de 2014, los líderes de Arabia Saudita hicieron una de las mayores apuestas de la historia. Su estrategia era defectuosa y ya han perdido. En una reunión de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) ese mes, Arabia Saudita anunció que mantendría niveles de producción altos a pesar de la caída de los precios. Los sauditas apostaban a que el mantener los precios bajos protegería su cuota de mercado y acabaría con el renacimiento energético de Estados Unidos, una resurrección impulsada en gran parte por Texas, que produce 37% del petróleo de país norteamericano y 28% de su gas natural comercializado.
La estrategia saudita parecía tener sentido. La creencia general era que los productores de energía que operaban en formaciones de esquisto con márgenes ajustados se verían presionados por los bajos precios, puesto que sus métodos de extracción —la fracturación hidráulica y la perforación horizontal— son más costosos que la perforación convencional. Por lo tanto, cuando sucediera eso, Texas estaría en graves problemas.
Columnistas de The New York Times y otros medios dijeron que el “milagro de Texas” se desvanecía, o que incluso estaba muerto... y algunos de ellos parecían contentos por eso.
Sin embargo, sucedió algo interesante en el camino al colapso de la economía de Texas: no colapsó.
Primero, muchas personas aún parecen no darse cuenta de lo diversificada que se ha vuelto la economía del estado. En 1981, la producción de petróleo y gas y los servicios que la respaldan representaron cerca de 20% del Producto Interno Bruto de Texas. Hoy, después de años de un crecimiento increíble en la industria, esta contribuye menos de 14%.
MARY ANASTASIA O'GRADY
Es fácil culpar al desplome de los precios del petróleo por la crisis económica de Brasil. Es también un error. Las heridas de Brasil han sido autoinfligidas por una combinación de políticas contrarias al crecimiento que se remontan a 2008. Los resultados eran predecibles.
En el tercer trimestre, la economía brasileña se contrajo la friolera de 4,5% respecto del año anterior. El Fondo Monetario Internacional pronostica que en 2015 el Producto Interno Bruto de Brasil se contraerá 3% y en 2016 otro 1%. Esto sigue a un estancamiento en 2014.
En septiembre, Standard & Poor’s despojó al país de su calificación de grado de inversión. El miércoles pasado, Moody’s dijo que está contemplando una rebaja similar de la deuda de Brasil. La tasa de inflación anualizada a finales de noviembre fue de 10,5% y CIBC Capital Markets prevé un déficit fiscal de 10,5% para este año.
Los medios de comunicación internacionales echan la culpa de la recesión brasileña a los precios del petróleo, abatidos por el fortalecimiento del dólar, y al debilitamiento de la demanda global. Pero Brasil es una de las economías más cerradas del G-20. El año pasado, sus exportaciones de bienes como porcentaje del PIB eran de apenas 10,5%, comparado con 18,24% de México, según CIBC Capital Markets. Todos los exportadores de materias primas de América Latina están sintiendo el impacto de la caída del petróleo y los commodites, pero ninguno se ha visto tan perjudicado como Brasil. Chile y Perú, grandes exportadores de materias primas, todavía están creciendo. Por otra parte, los precios más bajos de los commodities también compensan el alto costo de hacer negocios en Brasil. En 2014, 40% de las importaciones brasileñas estaban vinculadas a las materias primas, incluidos fertilizantes, gasolina, aluminio para la fabricación de acero, y crudo dulce.
VÍCTOR PAVÓN
El derroche del dinero de la gente evidenciado diariamente por la prensa no es un escándalo menor. Ese dinero proviene del esfuerzo y el talento de la gente que producen para progresar de acuerdo a sus propias valoraciones y también para que el Estado garantice sus libertades y propiedades. Sin embargo, el tal el derroche que ciertamente todavía falta mucho por conocer y hacer en cuestiones atinentes a la administración económica estatal.
Así, por ejemplo, cuando el Estado prescinde de funcionarios y clausura oficinas innecesarias, como contrapartida, lo que ocurre en realidad es que se están generando gastos menores, los que a su vez significa un beneficio para la población puesto que habrá menos burocracia, menos trámites y por supuesto menos que pagar a los funcionarios de modo informal.
Acabar con los gastos superfluos, innecesarios y mal aplicados, implica sencillamente que el dinero que antes contaba el sector estatal ahora se dirige hacia dos objetivos muy diferentes. El primero es que los gastos inútiles ahora se dirigen a sectores requieren de más recursos como la seguridad, y el segundo objetivo consiste en que aquel dinero antes derrochado ahora vuelve nuevamente al sector privado, de donde salió originariamente, promoviendo el ahorro y la inversión, elementos necesarios estos dos últimos para atacar con éxito, por ejemplo, el desempleo.
En cualquiera de los casos, estamos ante la presencia positiva de un cambio de dirección del gasto público. La pregunta que podemos hacernos es: ¿qué efectos genera aquella modificación del gasto? La respuesta a esta interrogante es de vital importancia. Es tan importante esta respuesta que hace a la diferencia entre el Estado de Derecho y el estatismo socializante del que todavía no podemos desprendernos.
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